El ministro de Asuntos Exteriores británico, David Lammy (i), estrecha la mano a su homólogo chino, Wang Yi (d), durante una reunión celebrada en Londres, este jueves. EFE/EPA/CHRIS J. RATCLIFFE / POOL

El Gobierno de Starmer busca su perfil propio en su nueva relación con China

Enrique Rubio |

Londres (EuroEFE).- El Reino Unido sigue a la búsqueda de su sitio en el orden internacional, aturdido todavía por su salida de la Unión Europea, y el nuevo Gobierno laborista ha puesto el foco en reconstruir la relación con China, con un claro fin económico.

La visita este jueves del ministro chino de Exteriores, Wang Yi, a Londres es solo el último eslabón de una cadena de encuentros que debería coronarse, según apunta todo, con el viaje del primer ministro británico, Keir Starmer, a Pekín en algún momento de este año.

El Ejecutivo se ve acuciado por el anémico crecimiento de la economía del Reino Unido, a lo que tampoco contribuye la ausencia de perspectivas del «reseteo» de las relaciones con la Unión Europea, que tendría un efecto casi marginal sobre el PIB británico según los analistas.

Esto ha llevado a los laboristas de Starmer a replantear alianzas y buscar socios allá donde hasta ahora había adversarios.

Giro de 180 grados

El giro respecto al previo Gobierno conservador es casi de 180 grados. Los sucesivos ejecutivos de Boris Johnson, Liz Truss y Rishi Sunak, muy presionados por los ‘halcones’ de la bancada ‘tory’, hicieron de su oposición a Pekín una de las señas de identidad en política exterior de la última legislatura.

Las relaciones se deterioraron hasta el punto de que China impuso sanciones a cinco diputados conservadores, entre ellos su exlíder Iain Duncan Smith, y dos lores de la Cámara Alta en 2021, en respuesta a las sanciones británicas contra dirigentes chinos por la vulneración de derechos humanos en la provincia de Xinjiang.

Sin embargo, la evolución geopolítica y la necesidad de reanimar la economía han modificado la forma de pensar de la mayor parte de la clase dirigente británica, como explica a EFE Ramón Pacheco, catedrático de Relaciones Internacionales de la universidad King’s College de Londres.

«Muchos laboristas y muchos conservadores se han dado cuenta de que en un entorno en el que no se puede depender de Estados Unidos y en el que las relaciones con la UE son mejorables, hay que pensar en diversificar las relaciones económicas, pero también políticas, para no tener un antagonismo con China», razona.

Eso ha ido a la par, explica este experto en las relaciones entre Europa y Asia, de un cambio en la actitud de Pekín una vez que el partido conservador ha dejado Downing Street.

Al mismo tiempo, existe una fuerte presión por grupos empresariales para que se agilicen los intercambios económicos, cristalizada en la reciente visita que la ministra de Economía, Rachel Reeves, hizo al gigante asiático a comienzos de enero.

El primer ministro británico, Keir Starmer, sale de su residencia oficial en el número 10 de Downing Street en Londres, Reino Unido, este miércoles. EFE/EPA/TOLGA AKMEN

Navegar en solitario

Starmer se enfrenta a un doble reto: por un lado no quiere enemistarse con la nueva istración de Donald Trump en EE.UU., hacia la que ha multiplicado los gestos amistosos; pero por el otro necesita marcar perfil propio para buscar nuevas asociaciones que le permitan impulsar el crecimiento.

Los laboristas prometieron en su programa electoral una «auditoría» para evaluar la relación del país con China, pero ese documento duerme por ahora el sueño de los justos.

Según publica este jueves la web ‘Político’ los resultados de esa auditoría no se esperan hasta la primavera, aunque voces críticas dentro del gobierno aseguran que Starmer teme dejar por escrito su política hacia China por las consecuencias que pudiera acarrear.

Pese a todo, lo previsible es que el Reino Unido, que ya converge con China en asuntos multilaterales como el papel de la Organización Mundial del Comercio (OMC) o la lucha contra el cambio climático, dé nuevos pasos para profundizar en la relación bilateral.

«El Reino Unido quiere inversión en el sector servicios, y Starmer aceptará también inversiones en infraestructura aeroportuaria o ferroviaria. En manufacturas lo veo más difícil», considera Pacheco.

Y tampoco cree el profesor que las discrepancias con Pekín en cuestiones como los derechos humanos de la minoría uigur en Xinjiang o la persecución de los activistas prodemocracia en Hong Kong vayan a interponerse en este proceso.

A su juicio, las protestas del Gobierno laborista sobre esos asuntos son «débiles» y no van acompañadas de medidas de presión como la prohibición de importar bienes producidos en Xinjiang.

«El Reino Unido protestará, y China responderá como siempre que son injerencias en temas de política interna», añade.

Donde sí deberá insistir Starmer, sobre todo si finalmente viaja a Pekín este año, será en que se solucionen las sanciones impuestas por ambos gobiernos, que tienen el potencial de convertirse en un problema mayor.